Estocolmo, 10 de diciembre de 1957
Personalmente, no
puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de
cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me
separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A
mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar
al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de
dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le
somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que
muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían
distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia
más que confesando su semejanza con todos.
El artista se forja
en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante
entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual
no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan
nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar
partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según
la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea
trabajador o intelectual.
Por lo mismo el papel de escritor es
inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al
servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la
sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos
los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le
arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y,
sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero
desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del
mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada
vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese
silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer
mediante todos los recursos del arte.
Nadie es lo bastante
grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las
circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre,
aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor
puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará
sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que
constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el
servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al
mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a
la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera
que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio
arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a
mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.
*Merece mucho la pena leer el discurso entero (aquí lo tenéis en castellano y en francés). Me he acordado de él por esta noticia (y siempre es un gustazo encontrarse con Camus)