martes, 29 de julio de 2008

este jueves comienza el 4º agosto clandestino


*Jueves 31 Julio:

20.00 h. Biribay Jazz Club: Presentación del poemario Tankas de pájaros con la presencia de su autor, el poeta chileno Benjamín León. Presenta la poeta Sara Castelar Lorca.



*Sábado 2 de agosto:

20.00 h. La Gota de Leche: Presentación del festival, a cargo de la poeta Carmen Beltrán Falces, seguidamente, presentación del poemario Ciudad de mármol de Octavio Gómez Milián. Presenta la poeta Nerea Ferrez.Vino de inauguración. 22.30 h. Biribay Jazz Club: Concierto del grupo zaragozano Experimentos in da notte. http://www.myspace.com/experimentosindanotte



*Jueves 7 de agosto:

20.00 h. La Gota de Leche: Presentación de los poemarios Explosiones controladas S.L. de Manuel Moya y Miscelánea de Vicent Camps.Presenta la poeta Sonia San Román Olmos.



*Viernes 8 de agosto:

20.00 h. Biribay Jazz Club: Poetas para todos de Vicent Camps.



*Jueves 14 de agosto:

20.00 h. La Gota de Leche: Presentación de los poemarios Los huidos de David Eloy Rodríguez y Comprensión de la penumbra de Iván Mariscal.Presenta el poeta Íñigo San Sebastián Barja.



*Jueves 21 de agosto:

20.00 h. La Gota de Leche: Presentación de los poemarios Vida de Mario de Antonio Lombillo y Del miedo y las estrellas de María Inmaculada Fernández Barjola. Presenta el poeta Enrique Cabezón García.



*Jueves 28 de agosto:

20.00 h. La Gota de Leche: Presentación de los poemarios Ritual de la luz de Carlos Alcorta y Una ruta de junio de Rafael-José Díaz. Presenta el poeta Odón Serón Zabala.



*Sábado 30 de agosto:

20.00 h. Biribay Jazz Club: Presentación del poemario Una casa en propiedad de Regis Muskiz (César Velasco Broca). Visionado de su trilogía de cortometrajes Echos de Buchrücken. Presenta el poeta José Luis Pérez Pastor.

22.30 h. Biribay Jazz Club: Presentación del disco Ciudad del gallo del grupo logroñés Tarangallo.
http://www.myspace.com/tarangallo

lunes, 28 de julio de 2008

cuba!

22-6-08, domingo

Vamos a la playa. El día amanece brumoso. Desayunamos y vamos a recoger el coche. Fernando nos ofrece puros, unos Cohibas siglo V, muy muy baratos. Los compramos. Playa Ancón está a diez kilómetros y llegamos por una carreterilla que bordea la costa. Recogemos al animador del hotel al que vamos y a una parejita que se achucha. Vamos a un todo incluido. Llegamos a eso de las 11 y no tenemos habitación hasta las 14, pero nos guardan las maletas, alquilamos unas toallas y nos dedicamos a pedir cerveza y mojitos con la sensación de que son gratis. Bebemos, bebemos, bebemos y no nos emborrachamos ni un poco. Yo le digo a Enrique que nos dan agüita de colores. Estoy en la piscina casi las tres horas que dura la espera. Soy feliz chapoteando en el agua templada: saco los pies por el bordillo, pego el culo a la pared y me quedo así, quietecita y flotando. Enrique en seguida se sale a leer. Yo, después del calor que hemos pasado, no quiero volver a salir nunca del agua. Hacemos tiempo para que nos den la habitación y para ver el España-Italia que empieza a las 14:45 hora cubana. El partido es peor que malo. Es horrible. Bebemos mojitos sin parar y los comentaristas mejicanos nos ponen la cabeza como un piano. Viendo el partido estamos nosotros, cuatro empleados del hotel que no participan en la porra, uno que se ha jugado su pasta a que gana Italia y que no está para bromas cuando pierde, dos ingleses y un canadiense. Veo un mosquito que mide más de centímetro y medio. Me pica en el brazo dos veces. Sin rascarme ni una vez me sale una urticaria de cuatro centímetros de diámetro. Sudo mojito y cuando me quito el vestido por la noche huele a hierbabuena. España gana y nos bajamos a la playa. Aguantamos muy poco. El agua está calentísima y no hay nada parecido a una ola. La arena muy blanca. Nosotros, a fuerza de beber sin pagar las copas, un poco aturdidos. Volvemos al hotel (medio minuto andando). Enrique se mete al jacuzzi y yo a la piscina. Se sale y yo me quedo. Me encantan las piscinas. El resto de huéspedes son fundamentalmente cubanos. El hotel es una especie de reproducción de la ciudad de Trinidad, hay una torre a la que se puede subir y llega justo hasta donde empieza la playa. Cuando después de ducharnos salimos a cenar me doy un susto de muerte con unos cangrejos que están en la puerta de nuestra habitación. Le pido a Enrique que me lleve a borriquito. Se ríe de mí. Hablo con Pedro por teléfono y jugamos al ping-pong. La comida del hotel es con diferencia la peor de todo el viaje. Como unas hamburguesas por comer algo. Al salir, hay mercadillo en la puerta del restaurante. Compramos unas láminas preciosas. Tristes como el pintor que nos las firma. Azules y moradas. Después hay cutre animación nocturna. Los animadores necesitan parejas voluntarias para putearlas. Yo saldría (no me conoce nadie y el aturdimiento me dura), pero Enrique no quiere. El premio son dos bonos de masajes y un par de botellas de vino. Hubiéramos ganado: cantar con la boca llena y bailar ridículamente son cosas que se nos dan bien.




23-6-08, lunes

Hoy vamos a Cienfuegos. Está a unos 90 kilómetros de Playa Ancón y gran parte de la carretera va bordeando el mar; playas y más playas blancas y azules. Recogemos a tres pasajeros. Son muy divertidos. Dos de ellos están todo el viaje discutiendo (de buenas) de política; uno es muy crítico con el régimen; el otro defiende muchas cosas; el tercero es un medias tintas. Se nos pasa el viaje volando: viendo el mar, escuchando a los tertulianos y esquivando cangrejos gigantes. Pero gigantes de verdad. Por las noches en época de celo la escena debe de ser un espectáculo. Lo es incluso ahora. El medias tintas y el crítico se bajan antes de entrar a la ciudad. El otro nos lleva hasta la puerta del hotel. Defiende su tesis para doctorarse en Ciencias Naturales esa misma semana. Nos hace un tour turístico de camino. Le deseamos suerte y le damos caramelos para sus niños y bolígrafos. El hotel es precioso, el más bonito de todo el viaje. Un palacio verde agua, con una piscina pequeñita en el interior. Nuestra habitación nos encanta. La decoración es austera pero el espacio es un lujo. En seguida echamos a andar. Nos sorprendemos. La ciudad, "la perla del sur", es totalmente distinta a las ciudades que hemos visitado hasta ahora. Luego nos recordará a La Habana, pero Cienfuegos está muchísimo más cuidada y más limpia. Las aceras son amplias y hay varias calles peatonales. El centro histórico de Cienfuegos es Patrimonio de la Humanidad igual que los de Trinidad y La Habana. El Parque Martí queda justo detrás del hotel. Es verdaderamente bonito, igual que el Paseo del Prado y que las casas del principio del Malecón. Lo atravesamos a las dos del mediodía. Se tarda una media hora pero nos tomamos un par de cervezas mientras andamos para no morir. Hace un calor de mil demonios. Comemos arroz y pescado en un restaurante junto al mar. Hay un tramo de playa justo enfrente que tiene una mansión en ruinas al final. Me recuerda al Palazzo Donn'Anna de Nápoles y me da un escalofrío (el amor también es ver al amado en todos los sitios). Cogemos un bicitaxi y vemos el Palacio del Valle (un dislate delirante de estilo morisco que contruyó un asturiano) y varias calles paralelas al Paseo del Prado. Vamos a una librería. Yo paso a un badulaque que hay al lado a por agua y me intentan comprar (por tercera vez en lo que va de viaje) mi falda de rayas. Volvemos al hotel y bajamos un rato a la piscina. Me tiro dos horas en remojo. Salimos a pasear, a ver la estatua de Benny Moré (el bárbaro del ritmo nació allí), a un par de librerías que había visto Enrique por la mañana y a echar unas cervezas en la Casa de la Música. Justo al lado, una planta brota de una pared. Empieza a tronar y en medio minuto se hace de noche. Volvemos a cenar al restaurante del hotel, que se supone que es el mejor de toda la ciudad. La verdad es que la comida está muy rica. Cuando estamos a punto de retirarnos a dormir (al día siguiente salímos hacia La Habana), la cosa se nos lía. Empezamos a escuchar música cubana a tope. Nos asomamos a la puerta y enfrente vemos un bar enano que se llama Don José. Cruzamos la calle y entramos. Nos ponen unos mojitos cojonudos, en vaso largo y con mucho hielo. Estamos en esas cuando al bar entra un tío con un palillo en la boca y con ese tono rojo insano del chiquitero del norte. Es un guipuzcoano que está casado con una cienfueguera. El segundo día que fue al bar llegó con un ventilador en la mano y se lo regaló al dueño, así que, aunque es un desagradable, es el rey del garito. Se está muy a gusto y todo el mundo que cabe en el bar (4 personas aparte de nosotros y del camarero) nos da conversación, así que nos ponemos de mojitos finos. Por fin nos pillamos un ciego en Cuba. Un boxeador amateur que está haciendo guardia obrera en la tienda de souvenirs de al lado me regala una figurilla del Ché de madera y espejo. Es casi lo más feo que he visto en mi vida, pero invitamos al boxeador a varias copas. Por fin subimos a dormir. Al poco rato de meterme en la cama me levanto a vomitar. En ese trance paso casi toda la noche.





martes, 22 de julio de 2008

cuba!



21-6-08, sábado
Mayabe nos pone un desayuno buenísimo: mango, piña, guayaba, zumo, tortilla, queso, pan, mantequilla, café... Pasamos a ver si el coche está bien y a pagar el segundo día de parqueo a "Blanquito". Vamos a una librería que vimos cerrada ayer. Pillamos mogollón de libros; entre ellos, Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet, un tocho de 700 páginas que Enrique se leerá del tirón y La batalla de los intelectuales de Alfonso Sastre. Apañamos precio con un taxista para que nos lleve a ver los alrededores de Trinidad. El taxista es majísimo. Hablamos de animales y plantas, de aquí y de allá; de osos, de linces, de tiñosos, de caballos... Nos cuenta que en Cuba no hay animales salvajes porque los cubanos se los comieron todos durante el periodo especial. El taxista es campesino y nos cuenta muchísimas cosas de las cosechas, del ganado, de las peculiaridades de la tierra (rojísima), de los problemas del campo... Vamos muy a gusto y el paisaje es la bomba. Paramos en el mirador del Valle de los Ingenios (los antiguos molinos de azúcar); vamos a ver la casa y la torre de vigilancia de Manaca Iznaga, 40 metros de altura que se me antojan muy inestables. Enrique sube pero no del todo. Yo veo esos escalones de madera y me quedo abajo. A mi lado, una abuela besuquea a su nieta y la llama "mi negro prieto". La chica que cobra las entradas para subir me da un impreso explicativo. El primero y casi el único que nos dan en todo el viaje. La casa principal ahora es un restaurante y en el poblado donde vivían los esclavos viven ahora familias de cubanos con sus huertecillos, sus mecedoras, sus gatos y sus televisores. Vamos a ver la finca Guachinango, en medio de una plantación de tabaco enorme. También es un restaurante, pero conserva mobiliario antiguo y los frescos de las paredes. Hay un avispero, un par de gallos sueltos, mariposas enormes, lagartijas con la cabeza azul y un amigo del taxista. Está cogiendo guayabas y nos las ofrece. Nos cuenta que el aguacate viene tardío, que le han dado unas matas de bizcochuelo para plantar... Nos despedimos y volvemos a Trinidad. Echamos unas cervezas y entramos al Museo Romántico. El edificio es una maravilla. Comemos pasta y pizza en un restaurante con unos techos de madera blanca preciosos. Probamos la canchánchara (un cóctel que bebían los mambises y que lleva aguardiente, limón y miel). Enfrente, en la pared del bar, las fotos de los 5 de Miami con la leyenda "Volverán. La dignidad encarcelada". Vamos al Museo Nacional de la Lucha Contra los Bandidos. Subimos a la torre. Nos encanta la vista. Vemos el Caribe a lo lejos y cotilleamos los patios de las casas de los alrededores. Compramos un par de discos: uno de 5 leyendas cubanas de la música (Compay Segundo, Eliades Ochoa, Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer y Rubén González) y otro de Telmary, que nos recuerda a la cantante de Ojos de brujo. Vemos unos imanes de frigo que nos gustan mucho pero pensamos que en La Habana encontraremos los mismos (y no). Intentamos ver el altar a Yemayá (la diosa de las aguas saladas y origen de la vida en la religión yoruba) que hay en una casa, pero no está el dueño, que es el santero. A esta diosa hay que ofrendarle rosas blancas a la orilla del mar si se está enfermo o una botella de vino con dos copas. Su color es el azul. Por la ventana de la casa lo vislumbramos: pinceladas azules, olas y un rostro de mujer como dibujado por un niño sobre una pared blanca. Al volver a España, en un quiosco, veo de portada de la revista AD de arquitectura y alta decoración (es del grupo Condé Nast) una pared prácticamente igual. Es un especial sobre casas bellas de verano junto al mar. Los cubanos, para proteger su culto, asimilaron sus divinidades yorubas (los orishas) con los santos y las vírgenes cristianas. Yemayá, por ejemplo, se asimiló a la Virgen de Regla y Ochún, una especie de Venus africana, a la Caridad del Cobre que es la patrona de la isla. Aunque en realidad son dos cosas bien distintas. Lo orishas son parecidos a los dioses griegos en sus atributos, sus funciones y, sobre todo, en su promiscuidad. Así que aquí la sexualidad se vive más relajadamente. Cada uno tiene un color y muchos cubanos llevan collares de abalorios con los colores de sus santos. Al lado de la Plaza Mayor, en una casa azul pastel, se dan masajes por 6 cucs. Estamos mirando el cartel cuando aparece una señora y nos invita a que nos animemos. Yo tengo los dos tobillos hinchados, sobre todo el izquierdo, de conducir todo el rato con los pies encima del freno y del embrague. Me duelen. Me animo al masaje. Media hora larga de silencio y ventilador. Enrique me espera hablando de escritores cubanos con la señora que nos ha invitado a entrar. Vamos a descansar un rato. Salimos otra vez y echamos unas cervezas. Hoy cenamos en la casa en la que dormimos, así que volvemos para allí. Cuando nos quedan cinco minutos para llegar, un perrillo callejero con muy mal aspecto se prenda de mi persona. Me sigue. Me paro y se para. Ando y anda. Le miro y se sienta. Me pone un poco nerviosa. El tema me recuerda un poco a la experiencia comunicativa que tuve con una oveja en la Viniegra de Arriba (yo la miraba por la ventana y ella a mí también; me iba y balaba; me asomaba, me miraba y se callaba; me iba y balaba, y así hasta que nos aburrimos). Enrique le dice que se vaya y el perro ni puto caso. La gente que está en las puertas de las casas lo llama para que se vaya y el perro ni puto caso. Le digo a Enrique que me lleve a borriquito y pierdo una chancla. El perrillo salta y cuando Enrique va a recogerla le enseña el colmillo. El jodido de él sólo quiere jugar conmigo. Hago el ridículo en la calle Frank País de Trinidad. Cuando llegamos a casa el perrillo se sienta en la puerta a esperarnos. Mayabe nos pone una cena tremenda: sopa de pescado, yuca con mojo, ensalada, arroz con frijoles y pargo caribeño a la plancha. La historia del perrillo me ha encogido el estómago y apenas puedo comer. Me jode horrores. Acabamos y nos echamos una cerveza tranquilos en las mecedoras de la terraza. Fumamos y tomamos la brisa. A lo lejos hay tormenta eléctrica. Mañana vamos a la playa.




lunes, 21 de julio de 2008

cuba!








19-6-08, jueves

La habitación huele mal, como a ácido, y no podemos ventilarla. Hay mogollón de hormigas trepando por las paredes y un frigorífico enorme en medio. Los dos tenemos los móviles descargados (no los podremos cargar en cuatro días). Desayunamos tortilla de queso, pan, mantequilla y café. Se acabaron los bizcochuelos. El azucarero también está lleno de hormigas. Pero estamos a gusto. Salimos a la calle tranquilos, no hay prisa, con una sensación parecida a la de pasar el verano en el pueblo, ser pequeño y tener todo el tiempo del mundo por delante. De hecho, parece que aquí el tiempo cunde más. Entramos a las dos librerías de la avenida principal. Vemos al bicitaxista borracho de la noche anterior. No se acuerda de nosotros pero cuando le decimos "¡somos locos!" se ilumina y nos vacila un poco. Buscamos la casa de Nicolás Guillén. No hay casi nada del poeta (todo está en La Habana) y ahora acoge varias clases de la Facultad de Bellas Artes de la provincia. La gente es muy amable. Paseamos mucho. La ciudad nos gusta. Se supone que es el casco histórico más grande y mejor conservado del país y el que tiene un trazado hispanoárabe mas evidente. Tiene 300.000 habitantes pero nadie diría que tiene más de 5.000. Cogemos otro bicitaxi y nos lleva a ver la Plaza de la Revolución, los dos únicos rascacielos de la ciudad (el 24 y el 36), el zoológico, el agropecuario que está al lado del río, el Palacio de los Matrimonios... Nos gusta Camagüey. Nos deja y vamos al bar El Cambio. Está genial. Allí echamos unas cervezas. Inivtamos a un chaval que se acerca a hablar con nosotros. Un negrazo enorme y cuadradísimo que nos cuenta que Laura Pausini es la niña de sus ojos. Comemos en el paladar El Califa. Hay mil moscas pero la comida está buena. Y el café. Vamos al Museo Casa Natal de Ignacio Agramonte que tiene unos frescos preciosos. El calor es terrible así que vamos a siestear un poco. Nos levantamos, paseamos, encontramos plazas nuevas de muchos colorines y volvemos a El Cambio. Estamos charlando con un señor mayor que se llama Miguel y que nos dice que "ustedes son jóvenes y europeos y se creen que lo saben todo" (no se imagina ese hombre qué sensación tan distinta tenemos nosotros en realidad) cuando los cubanos que hay en el bar se levantan de repente y empiezan a cerrar puertas y ventanas. A lo lejos se ve un nubarrón a ras de suelo. No entendemos nada (¿vendrán los zombis detrás del nubarrón?). Nos explican que están fumigando toda la ciudad para evitar epidemias de dengue. Enrique y yo aquí estamos medio asobinados todo el día. Nos imaginamos en la calle sin movernos mientras pasa la fumigadora y luego saliendo de la nube calvos y con la ropa desintegrada. Miguel nos recomienda un restaurante, El Colonial. Vamos. Picadillo habanero, ropavieja a la camagüeyana, pan con mantequilla, moros y cristianos, ensalada y cuatro cervezas por 16 cucs (unos 12 euros). Todo riquísimo. Paseamos tranquilos un rato. Vamos a la Casa de la Trova. Empiezan a tocar tres señores mayores y yo no me echo a llorar de milagro. Joder con el país de la alegría. Salimos. En una plaza una charanga está ensayando y preparando el San Juan Camagüeyano. Debe de ser una fiesta brutal. Miramos un rato el jaleo que se prepara y cogemos un bicitaxi para ir al hotel. Gozamos mucho en Camagüey.




20-6-08, viernes

Nos levantamos, repetimos desayuno y salimos a comprar agua y algún comistrajo para el camino. Salimos hacia Trinidad. Todo el rato llevamos el coche lleno de gente. Dos circunstancias se repiten en muchos de nuestros pasajeros: tienen familiares en las Canarias y su queja fundamental es no poder salir del país y ver mundo. Varios nos hacen una afirmación curiosa: "sabemos que España es más bonita que Estados Unidos". Nos preguntan por la temperatura que suele hacer aquí y alucinan cuando les explicamos que en invierno bajamos de cero y en verano pasamos muchas veces de 35. "¡Qué de ropa tenéis que tener!". Pues sí. Demasiada. Adentrándonos ya en la Sierra de Escambray y en el Valle de los Ingenios, llevamos a un padre y a una abuela con un bebé muy pequeñito que no se despierta a pesar de los súper baches del camino. Cuando llegamos a su pueblo la abuela nos regala un mango enorme y madurito. Cogemos a otros tres pasajeros. Uno es un chaval que nos llevará hasta la misma puerta de la casa en la que nos hospedamos. Los otros dos son dos señores mayores muy educados. Justo cuando se van a bajar nos preguntan que qué pensamos de los Testigos de Jehová. Les decimos que nada en especial. Nos dicen que ellos lo son. Al poco, tras una loma, aparece el mar. Llegamos a destino, paramos lo necesario, y echamos a andar. Hace un calor horrible. Buscamos la Plaza Mayor. Nos medio perdemos. Una señora nos echa una maldición por no darle dinero. Medio deshidratados entramos a un restaurante. Comemos, bebemos y agradecemos las dos horar de rigor que pasa entre que te atienden, te sacan la comida y te cobran. Andamos. Por el centro sólo se puede andar. No hay coches ni bicitaxis. Curioseamos por las ventanas de las casas coloniales: techos altísimos de madera, la tele puesta, una mecedora, gatos en casa y perros en la calle, ventiladores, pocos muebles, suelos antiguos de barro... Todo está en calma y el aire arde. Trinidad da un poco de sueño. Volvemos a casa con Fernando y Mayabe. Vamos a dejarle el coche a un tal "Blanquito" para que nos lo cuide estos dos días. Dejamos a Mayabe ropa para que nos la lave. Encargamos la cena del día siguiente: yuca y pescado. Dormimos un poco. Al atardecer salimos otra vez. Damos bolis a una chica que nos dice que es profesora, se corre la voz y al minuto vienen todos los profesores de Trinidad a pedirnos bolígrafos. Le damos también a un chico que nos dice que da clases de matemáticas y él nos echa un par de fotos. La ciudad es verdaderamente bonita. Cenamos en un restaurante y nos atienden fatal, pero hay un músico muy bueno. Vamos a la escalinata de la Casa de la Música. Hay espectáculo todas las noches. Fiestón. Cubanos y yumas "mezclados"; los primeros, con sus latas de cerveza en las escaleras; los segundos, con sus mini vasos de mojito en las mesas. A mí me gusta la música pero Enrique se agobia un poco porque todo le parece mentira. Nos vamos muy prontito a dormir.


sábado, 19 de julio de 2008

cuba!





18-6-08, miércoles

Madrugamos. Queremos pasear más por el centro y ver el Museo Emilio Bacardí. Acostumbrados a los museos europeos, el Bacardí nos deja un nudo en el estómago. En realidad, todo nos deja un nudo en el estómago. La colección de pintura es pequeñita pero nos gusta mucho. Entramos a una librería que nos recomendó Hebert. Tiene libros dedicados de mucha gente así que le regalo y le firmo un Pecado original. Enrique empieza su festival compra libros (se pagan en moneda nacional así que, al cambio, nos llevamos cinco libros por menos de dos euros). Seguimos andando y un par de chicos nos enganchan y nos llevan al puerto. Es imposible huir, así que nos dejamos guiar. Les damos sus cucs de rigor y nos vamos al hotel a recoger las maletas y el coche. Posando en la puerta, una niña vestida de rosa celebra sus quince. Recogemos el coche con un par de horas de retraso. Ha habido un error en la reserva y lo tendremos un día menos. Cambiamos de ruta en ese rato. No podremos ir a Baracoa. Verificamos que todo está bien, compramos agua y porquerías varias y enfilamos a Camagüey. Nos perdemos varias veces antes de salir de Santiago. La gente nos ayuda a encontrar el camino. Atravesamos parte de Sierra Maestra. Es una maravilla: palmerales espectaculares, riachuelos, plantaciones de tabaco... todo de un verde que no parece de verdad. Empezamos a recoger gente. Las vías del tren son muy peligrosas porque están cubiertas de vegetación y no hay nada parecido a una barrera que las señale. Al salir de un pueblo que no recuerdo como se llama casi nos pilla una locomotora. No hay señales, no hay líneas en la carretera, no hay arcén... Es una locura. Vamos recogiendo gente y por eso no nos perdemos ni acabamos clavados en ningún bache ("¿ves esa palmera? pues ahí cámbiate de carril que hay un agujero muy grande"). Al lado de la cárcel de la provincia de Holguín cogemos a una chica. Se duerme, se come nuestros ganchitos haciendo mucho ruido, se bebe nuestra "tu kola", nos pide dinero, nos miente (nos dice que los autoestopistas que ofrecen billetes lo hacen para venderlos y nosotros le creemos), ronca y cuando por fin despierta no hace más que contarnos historias sórdidas. Es el único pasajero extraño que llevamos en todo el viaje. A las dos horas se presenta. Yanijari o algo así. Cuando Enrique le dice que me llamo Carmen dice que qué nombre tan bonito. Enrique le explica que es muy típico en España y otras cosas más. Ella le corta y dice que no, que el mío no, que el bonito es el suyo: Yanijari. No damos crédito. Empieza a anochecer y se nubla. Me pongo un poco nerviosa. Acelero un poco. Llegamos a destino: seis horas largas de viaje sin parar ni una sola vez para hacer 325 kilómetros. Yanijari sigue hasta La Habana pero no se quiere bajar del coche. Le damos dinero y se pira. Un negro con bici nos dice que le sigamos. Nos lleva al centro. Nos lleva a un solar para que guardemos el coche. Llega el dueño del solar. Situación: dos negros enormes, un solar a oscuras, Enrique y yo, el coche, nuestras maletas... Dejamos ahí el coche. Encontramos alojamiento de milagro en un hotel que nos parece lo peor del mundo. Me tiemblan las piernas. Recogemos el coche. Pagamos. Vamos al hotel, nos cambiamos y salimos a pasear. Cuando llevamos ni sé cuántos mojitos en un bar en la calle de la Soledad empieza a llover a tope. Tormenta tropical auténtica. Enrique se está durmiendo, así que cogemos un bicitaxi. El bicitaxista va borracho como una cuba. Nos pasa por debajo de todos los chorros y se mete en todos los charcos gritando "somos locos, somos locos!". Lo somos un poco ese rato, sí. Cuando llegamos al hotel, empapados y medio ciegos, nos estamos meando de la risa








jueves, 17 de julio de 2008

cuba!


16-6-08, lunes

Nos acabamos de casar. Estamos felices y tristones a la vez. Nuestras maletas son un desastre (las hicimos de resaca). Mi hermano Eduardo nos lleva a Madrid. Almorzamos torreznos en Almazán y comemos en un japonés estupendo. Nos embebemos. Dos horas en la cola para facturar. Montamos en el avión con dolor de cabeza. Parte del pasaje se emborracha. Dejan de servir ron y cerveza, aunque llevan un cargamento. No nos dormimos en las diez horas. Tengo hambre. Intento comprar algo en el avión de Cubana. Dos azafatas buscan "papitas para esta niña". Nada. Tengo un agujero en el estómago y llevo tres días seguidos de resaca. Aterrizamos en Santiago. No hay ni un alma en el aeropuerto. Nos cuentan que sólo llega un avión al día. El lunes los españoles, el martes los franceses, el miércoles los canadienses... La ciudad lo sabe y los buscavidas se preparan el repertorio de cebos. Nos recoge un taxi. Un tartamudo nos mete las maletas aunque no se lo hemos pedido. Le damos dinero. Se llama José. Llegamos al hotel. Lo que hemos visto por el camino nos gusta. Nos damos un baño y bebemos unos "buchitos" del ron que nos dejan de regalo en la habitación. Son las dos de la mañana, seis horas menos que en España. Llamo a mi padre para decirle que ya hemos llegado y para preguntarle si Eduardo llegó bien. Cuando le dejamos en Madrid estaba un poco pedo de sake.





17-6-08, martes
Por estar de viaje de novios tenemos derecho a que nos suban un día el desayuno a la habitación en Santiago. Elegimos este. A las nueve en punto nos llega. Comemos fruta, huevos, pan, mantequilla, mermelada, zumos, café... Descubro los bizcochuelos (un tipo de mango específico de la región de Santiago). Se comen con cucharilla y son alucinantemente sabrosos. Nos regalan una excursión en taxi. El taxista se llama Erik Nápoles. Vamos al Morro, al cementerio, al santuario de la Caridad del Cobre, que es la patrona de Cuba, a la Plaza de la Revolución y al cuartel Moncada. El paisaje es bestial. En todos los sitios nos intentan vender puros y ron. Santiago es como un pueblo muy grande y de muchos colorines. Erik es simpático y un poco distante. Nos lleva a comprar una tarjeta de memoria para la cámara de fotos. En la tienda Foto Service compramos una de 512 megas usada a la mitad de precio que una de 128 nueva. Nos deja en la plaza de la catedral. Por lo menos diez personas vienen a hablarnos en menos de cinco minutos. Todos quieren vendernos algo, pedirnos algo o que vayamos a su paladar a comer langosta. No a todo. Todos nos desean un buen día a pesar del no. Nosotros queremos localizar un teléfono para quedar con Hebert. Aparece Yuri. Se ofrece a acompañarnos al teléfono. Nos cae bien. Trabaja en el hotel y nos vio llegar anoche. Se queda con nosotros todo el día. Vamos a beber mojitos a un bar nuevo (nos cuenta que allí van las parejas infieles porque aún no lo conoce casi nadie). Bebemos varios. Una chica nos quiere sacar dinero. Lo consigue conmigo. Enrique me desaprueba. Yuri me entiende (es el primer día y voy medio ciega; ya espabilaré). Ella sale a la calle a sacar dinero a otros “yumas”. Una pareja de canadienses jóvenes se pone muy nerviosa con su insistencia. Vemos que en Cuba no está bien visto perder los nervios. Los mojitos están buenísimos. Los músicos lo hacen muy bien. Resulta que Yuri y Enrique nacieron el mismo día. Vamos a comer a un paladar: pollo, camarones y langosta, aunque no es legal. Todo muy rico. Sobre todo el pollo. Echamos la tarde paseando Santiago. Verde, azul, amarillo…, nos encantan los colores. Yuri, como me ve beber como ellos y se teme lo peor, dice que lo más bonito es que tu novia se ponga borracha y poder llevarla en brazos a casa. Yuri ni se imagina el aguante que tengo. Vamos al barrio francés. La arquitectura es una maravilla. Los desconchados, los apuntalamientos, las ruinas, no lo son tanto, pero la realidad es que tienen menos peso cuando miras. Conocemos a Guillermito. Es “loco al rock” y como Yuri sabe que a Enrique le mola, nos lleva a su casa. Es vecino de Yuri en el “Tivolí” y debe de ser el tío más raro del barrio porque en Cuba los roqueros son una rareza. Vive en una casa colonial de techos altísimos con su abuela, una prima, su marido y una niña pequeña. Es huérfano y dice que si no fuera por su abuela ya se habría largado de Cuba. La abuela es lo más. Nos tuesta y nos prepara café en el momento. A mí me dan un gatito pequeño para que lo guarde y Enrique y Guillermito se ponen a hablar de lo suyo. Yo no entiendo nada pero entre el gatito, la abuela y el olor a café estoy muy a gusto. Yuri entra y sale de la casa. Va a recoger a su niño al colegio. Lo deja. Él, Guillermito, Enrique y yo nos vamos a dar un último paseo y a ver el mirador del “Tivolí”. Anochece de golpe (allí pasa eso; tienes el sol encima de la cabeza y de repente desaparece) y Yuri se pone un poco nervioso y nos dice que nos vayamos ya. Entendemos que es posible que el sitio en el que estamos no sea muy seguro. Nos vamos. Nos despedimos. Enviaremos un móvil a Yuri y el Christ Illusion de Slayer a Guillermito. Nos montamos en un taxi rojo de los años 50. Cenamos pizza. Quedamos con Hebert. Subimos al bar del piso veinte del hotel. La ciudad son cuatro luces. Nos vamos a dormir. En todo el viaje no tendremos la suerte de volver a encontrar gente como ellos tres.





lunes, 7 de julio de 2008

el retorno

ya estamos de vuelta

volvemos con ganas de estar por aquí otra vez

con ganas de ver a nuestra familia (y en familia puedo incluir a los amigos)

y yo, además, con unas ganas locas de escribir

tantas que cuando me enfrento a la página en blanco

no sé ni por dónde empezar

pienso que puede estar bien hacerlo por los descubrimientos de los últimos días

por la naturalidad con la que toca asumir la paradoja

de que todo es más complejo de lo que parece y, a la vez, enormemente simple

el primero de todos estos descubrimientos, muy consciente y muy intenso,

es el placer del retorno

de volver cuando sabes que te esperan

que te añoran

que aguardan tus palabras, tu tacto y tus risas

reconocer tu posición y tu importancia

en un mundo más amplio del que el día a día,

el acontecer ordinario,

permite ver

ser consciente de hasta qué punto

(uno, todos, cada uno en el suyo)

somos necesarios en el engranaje

y, a la vez, el alivio, el descanso,

de comprender también que cuando uno no está

todo sigue funcionando

extraer, en definitiva,

de esa antilogía que es saberse necesario y contingente a un tiempo

que posiblemente el sentido de la existencia de uno

sea algo tan simple como mejorar, completar un poco si acaso

la vida de las personas a las que se quiere

y eso, tan sencillo, tan bello,

a mí me basta