26-6-08, jueves
Queremos ir a ver el Museo de Bellas Artes pero está cerrado porque han cortado el agua, así que vamos a ver el de la Revolución. En que ponemos un pie en la calle nos abordan los caleseros que están permanentemente aparcados en la puerta del hotel. Son guías estatales que por un precio módico te dan un paseo en calesa por La Habana Vieja y te la comentan. Algunos son muy majos y otros nos dan hasta mal rollo. Todos nos hablan del España-Rusia de hoy. La verdad es que tenemos muchas ganas de ver el partido. Hemos dejado los móviles cargando en recepción (en la habitación no podemos) porque yo aprovecho los partidos para hablar con mis hermanos. El museo es muy interesante. Los paneles explicativos están hechos con letras pegadas sobre paneles de cartulina. Nos lleva casi toda la mañana. De todo el que hizo algo se sabe el nombre; hay listas y listas de malos y de buenos, de vivos y de muertos, de heridos y de ilesos. Entendemos por qué en una librería de Cienfuegos, cuando pedimos una historia general de Cuba en un tomo, la mujer que nos atendía resopló y nos dijo que era imposible que eso existiera. Eso en España sí, porque somos unos descastaos, pero en Cuba, hasta que se presente la oportunidad para el olvido, no. Al final del museo, al lado de la máquina de refrescos, está el rincón de los cretinos con sus caricaturas: Batista, por ayudarles a hacer la revolución; Reagan, por ayudarles a consolidarla y Bush padre, por ayudarles a fortalecerla (dicen). También vemos el Memorial Granma con sus patrulleras, lanchas piratas, camiones y avioncitos y la llama que recuerda a los caídos. Llamamos otra vez a casa de Pedro Juan por si ha vuelto o ha llamado. Nos dicen que no ha hecho ninguna de las dos cosas. Quedamos en pasar por su casa al día siguiente a las 17 para dejarle un paquetito con libros de regalo. Después de eso nos vamos al hotel. Tenemos intención de ver el partido en la tele de la piscina. Bikini, crema, bañador, lectura y toallas. Cerveza, pollo asado y sándwich de atún súper rico. Un gato está todo el partido tumbado debajo de la silla de Enrique ignorando que puede morir en cualquier momento y por algo tan tonto como que un tío en pantalón corto meta una pelota muy pequeñita en un rectángulo enorme con el pie. Los camareros han hecho sus porras igual que en Playa Ancón. Un tío muy parecido al que iba con Italia allí va aquí con Rusia (¿será el mismo, que no espabila?) y ni nos mira. Hay otros españoles viendo el partido. Un matrimonio coruñés muy majo y una cuadrilla de gilipollas que ni sé de dónde son ni me interesó en ningún momento. Nos ponemos un poco ciegos de beber cervezas como si se fueran a acabar. Nos bañamos. Justo enfrente de la piscina del hotel hay un edificio al que parece que le quedan pocas horas de verticalidad. Podemos ver cómo han dividido en dos cada piso, de modo que donde tendría que haber dos alturas, hay cuatro. Así que no hay manera de censar esta ciudad. La gente que vive allí se asoma de vez en cuando a sus balconcitos de forja llenos de cacharros de metal y de plástico y se queda un rato mirando la piscina, supongo que de la misma forma en la que yo miro el mar, hilando vagamente conceptos como libertad, vida y oportunidades. Es un tanto obsceno y llevamos fatal eso de ser vara de medir de esta desigualdad tan terrible. No sabemos muy bien qué hacer. Enrique está a punto de acabarse Cien horas con Fidel. Disfruta mucho y de vez en cuando siente la necesidad de leerme algunos párrafos. Yo sigo con la guía de Cuba. Me la estoy aprendiendo ahora que casi nos vamos. Leo sólo eso porque me cuesta concentrarme. Subimos a descansar un rato antes de salir a cenar. Yo tengo muchísimas ganas de tomarme un gazpacho o cualquier cosa que lleve tomate y ajo. Vamos a un restaurante especializado en paellas sólo por si hay algo así que parezca español. No recuerdo muy bien por qué pero medio discutimos un poco. Pedimos ensalada, cerveza y el arroz de la casa. Está todo bueno pero apenas puedo comer. Me acuerdo del menú del día de la boda que apenas probé. Mi reino por unas tajaditas de cabrito crujiente. Enrique casi se muere para encenderse un puro súper gordo. Ayer se fumó uno por la mañana y estuvo ciego hasta media tarde. Hay un grupo de seudo-flamenco que no mola nada. Lo mismo discutimos por eso, no lo recuerdo muy bien. Volvemos al hotel andando por la calle Obispo. Hay bastante gente y en cada esquina un policía. En un callejón veo una rata que rápidamente se vuelve a su alcantarilla. Son muy inquientantes los andares de las ratas. Estamos un poco cansados de estar fuera de casa. Tenemos ganas de volver, de ver a la gente, de poner lavadoras aunque sea, de comer ensaladas de verdad, de ser otra vez poco deseables por nuestro dinero. Nos tienta entrar al Floridita a por otro daiquirí de esos tan ricos. No entramos y acabamos sentados en el patio andaluz del hotel. Pedimos un par de combinados de colorines y nos dedicamos a inventarnos la vida, la circunstancia y la dirección que tomarán las personas que también están sentadas en el patio. Estamos hasta el higo ya de tanta conga. En la tele de la habitación vemos un programa de música del canal mexicano. Es un especial sobre reggae panameño (reguetón o como se escriba) y sobre nueva cumbia que es lo peor. Añoramos el rocanrol español.
Queremos ir a ver el Museo de Bellas Artes pero está cerrado porque han cortado el agua, así que vamos a ver el de la Revolución. En que ponemos un pie en la calle nos abordan los caleseros que están permanentemente aparcados en la puerta del hotel. Son guías estatales que por un precio módico te dan un paseo en calesa por La Habana Vieja y te la comentan. Algunos son muy majos y otros nos dan hasta mal rollo. Todos nos hablan del España-Rusia de hoy. La verdad es que tenemos muchas ganas de ver el partido. Hemos dejado los móviles cargando en recepción (en la habitación no podemos) porque yo aprovecho los partidos para hablar con mis hermanos. El museo es muy interesante. Los paneles explicativos están hechos con letras pegadas sobre paneles de cartulina. Nos lleva casi toda la mañana. De todo el que hizo algo se sabe el nombre; hay listas y listas de malos y de buenos, de vivos y de muertos, de heridos y de ilesos. Entendemos por qué en una librería de Cienfuegos, cuando pedimos una historia general de Cuba en un tomo, la mujer que nos atendía resopló y nos dijo que era imposible que eso existiera. Eso en España sí, porque somos unos descastaos, pero en Cuba, hasta que se presente la oportunidad para el olvido, no. Al final del museo, al lado de la máquina de refrescos, está el rincón de los cretinos con sus caricaturas: Batista, por ayudarles a hacer la revolución; Reagan, por ayudarles a consolidarla y Bush padre, por ayudarles a fortalecerla (dicen). También vemos el Memorial Granma con sus patrulleras, lanchas piratas, camiones y avioncitos y la llama que recuerda a los caídos. Llamamos otra vez a casa de Pedro Juan por si ha vuelto o ha llamado. Nos dicen que no ha hecho ninguna de las dos cosas. Quedamos en pasar por su casa al día siguiente a las 17 para dejarle un paquetito con libros de regalo. Después de eso nos vamos al hotel. Tenemos intención de ver el partido en la tele de la piscina. Bikini, crema, bañador, lectura y toallas. Cerveza, pollo asado y sándwich de atún súper rico. Un gato está todo el partido tumbado debajo de la silla de Enrique ignorando que puede morir en cualquier momento y por algo tan tonto como que un tío en pantalón corto meta una pelota muy pequeñita en un rectángulo enorme con el pie. Los camareros han hecho sus porras igual que en Playa Ancón. Un tío muy parecido al que iba con Italia allí va aquí con Rusia (¿será el mismo, que no espabila?) y ni nos mira. Hay otros españoles viendo el partido. Un matrimonio coruñés muy majo y una cuadrilla de gilipollas que ni sé de dónde son ni me interesó en ningún momento. Nos ponemos un poco ciegos de beber cervezas como si se fueran a acabar. Nos bañamos. Justo enfrente de la piscina del hotel hay un edificio al que parece que le quedan pocas horas de verticalidad. Podemos ver cómo han dividido en dos cada piso, de modo que donde tendría que haber dos alturas, hay cuatro. Así que no hay manera de censar esta ciudad. La gente que vive allí se asoma de vez en cuando a sus balconcitos de forja llenos de cacharros de metal y de plástico y se queda un rato mirando la piscina, supongo que de la misma forma en la que yo miro el mar, hilando vagamente conceptos como libertad, vida y oportunidades. Es un tanto obsceno y llevamos fatal eso de ser vara de medir de esta desigualdad tan terrible. No sabemos muy bien qué hacer. Enrique está a punto de acabarse Cien horas con Fidel. Disfruta mucho y de vez en cuando siente la necesidad de leerme algunos párrafos. Yo sigo con la guía de Cuba. Me la estoy aprendiendo ahora que casi nos vamos. Leo sólo eso porque me cuesta concentrarme. Subimos a descansar un rato antes de salir a cenar. Yo tengo muchísimas ganas de tomarme un gazpacho o cualquier cosa que lleve tomate y ajo. Vamos a un restaurante especializado en paellas sólo por si hay algo así que parezca español. No recuerdo muy bien por qué pero medio discutimos un poco. Pedimos ensalada, cerveza y el arroz de la casa. Está todo bueno pero apenas puedo comer. Me acuerdo del menú del día de la boda que apenas probé. Mi reino por unas tajaditas de cabrito crujiente. Enrique casi se muere para encenderse un puro súper gordo. Ayer se fumó uno por la mañana y estuvo ciego hasta media tarde. Hay un grupo de seudo-flamenco que no mola nada. Lo mismo discutimos por eso, no lo recuerdo muy bien. Volvemos al hotel andando por la calle Obispo. Hay bastante gente y en cada esquina un policía. En un callejón veo una rata que rápidamente se vuelve a su alcantarilla. Son muy inquientantes los andares de las ratas. Estamos un poco cansados de estar fuera de casa. Tenemos ganas de volver, de ver a la gente, de poner lavadoras aunque sea, de comer ensaladas de verdad, de ser otra vez poco deseables por nuestro dinero. Nos tienta entrar al Floridita a por otro daiquirí de esos tan ricos. No entramos y acabamos sentados en el patio andaluz del hotel. Pedimos un par de combinados de colorines y nos dedicamos a inventarnos la vida, la circunstancia y la dirección que tomarán las personas que también están sentadas en el patio. Estamos hasta el higo ya de tanta conga. En la tele de la habitación vemos un programa de música del canal mexicano. Es un especial sobre reggae panameño (reguetón o como se escriba) y sobre nueva cumbia que es lo peor. Añoramos el rocanrol español.
1 comentario:
La foto del perro y el policía es lo máximo.
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