Porque conocía el nombre de los peces,
aún de los más raros,
y el de los caladeros, y las señas
de las lejanas rocas submarinas,
me dejaban revolver en las cestas,
tocarlos uno a uno, sopesarlos,
y comentaban conmigo abiertamente
las sutiles cuestiones del oficio.
Porque entendía de nudos y de velas
y del modo de armar los aparejos,
me llevaban con ellos muchas veces;
me regalaban el quehacer de un hombre.
Sentía con orgullo
enrojecérseme las manos al contacto del cáñamo,
impregnarme
un fuerte hedor a brea y a pescado.
Sabía casi todo de aquella vida simple,
de aquel azar diario y primitivo.
Sólo que aquella ciencia era lujosa.
No supieron contarme
o no pude entender cómo era aquello
en los días peores, las amargas
semanas de paciencia,
cuando el viento del norte
roe las entrañas y se harta la pupila
de escudriñar los cielos,
en los días confusos,
cuando el mar de borrosos contornos
es sólo como un cascote de vidrio
semienterrado en el fango,
un desagradable incidente o una trampa
para los que pasan corriendo
ciegos bajo la lluvia.
aún de los más raros,
y el de los caladeros, y las señas
de las lejanas rocas submarinas,
me dejaban revolver en las cestas,
tocarlos uno a uno, sopesarlos,
y comentaban conmigo abiertamente
las sutiles cuestiones del oficio.
Porque entendía de nudos y de velas
y del modo de armar los aparejos,
me llevaban con ellos muchas veces;
me regalaban el quehacer de un hombre.
Sentía con orgullo
enrojecérseme las manos al contacto del cáñamo,
impregnarme
un fuerte hedor a brea y a pescado.
Sabía casi todo de aquella vida simple,
de aquel azar diario y primitivo.
Sólo que aquella ciencia era lujosa.
No supieron contarme
o no pude entender cómo era aquello
en los días peores, las amargas
semanas de paciencia,
cuando el viento del norte
roe las entrañas y se harta la pupila
de escudriñar los cielos,
en los días confusos,
cuando el mar de borrosos contornos
es sólo como un cascote de vidrio
semienterrado en el fango,
un desagradable incidente o una trampa
para los que pasan corriendo
ciegos bajo la lluvia.
3 comentarios:
Me gusta
¿Cómo va a entender el poeta burgués que navaga por placer, al pescador que navega para comer? El arte, la vida, tomar partido ó encerrarse en la torre de los elegidos. Un debate eterno. Buén poema de Barral, mejor editor que poeta. Iñaki.
a mí también me gusta mucho, vir
seguramente no lo entenderá iñaki, pero al menos lo cuenta, y contarlo ya es, de alguna manera, aunque sea leve, tomar partido
muchas gracias a los dos por pasaros por aquí y por comentar
Publicar un comentario