-Sabe usted, doctor -le dijo-, he pensado mucho en su organización. Si no estoy ya con ustedes, es porque tengo mis motivos. Por lo demás, yo creo que sirvo para algo: hice la guerra de España-
-¿De qué lado?
-Del lado de los vencidos. Pero después he reflexionado.
-¿Sobre qué? -dijo Tarrou.
-Sobre el valor. Bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes, pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa.
-Parece ser que es capaz de todo.
-No, es incapaz de sufrir o de ser feliz largo tiempo. Por lo tanto, no es capaz de nada que merezca la pena.
Rambert miró a los dos.
-Dígame, Tarrou, ¿usted es capaz de morir por un amor?
-No sé, pero me parece que no, por el momento.
-Ya lo ve. Y es usted capaz de morir por una idea, eso está claro. Bueno: estoy harto de la gente que muere por una idea. Yo no creo en el heroísmo; sé que eso es muy fácil, y he llegado a convencerme de que en el fondo es criminal. Lo que me interesa es que uno viva y muera por lo que ama.
Rieux había escuchado a Rambert con atención. Sin dejar de mirarle le dijo con dulzura:
-El hombre no es una idea, Rambert.
Rambert saltó de la cama con la cara ardiendo de pasión.
-Es una idea y una idea pequeña, a partir del momento en que se desvía del amor, y justamente ya nadie es capaz de amar.
1 comentario:
Qué librazo, sí señora.
Publicar un comentario