Yo le tenía cariño a la mujer del jefe de estación: le gustaba ir por la noche a sentarse a la oficina, hacía un mantel de ganchillo; había tanto silencio cuando hacía ganchillo, de sus dedos salían sin parar flores y pájaros, encima de la mesa de telégrafos tenía una especie de libro hacia el que se inclinaba para buscar instrucciones sobre cómo coger los puntos, como si tocara la cítara y leyera las notas. Pero los viernes ajusticiaba conejos, cogía entonces de la conejera un conejo, se lo ponía entre las piernas y después le ponía en el cuello un cuchillo poco afilado y le iba haciendo un corte al animalito, que emitía un pitido, un pitido que duraba mucho, hasta que al cabo de un rato su vocecita se hacía más débil, pero la mujer del jefe de estación lo miraba como si estuviera haciendo un mantel de ganchillo.
*no he sido capaz de identificar al autor de la imagen que acompaña estas líneas (si alguno lo reconocéis os agradecería que me lo comentaseis). Aún así no me he resistido a utilizarla porque, al igual que el fragmento del libro, es un buen ejemplo de esa curiosa mezcla o contraste que siempre nos fascina, que es tan cotidiana como levantarse y tomar un café y que se suele superponer en el tiempo (me vale también el ejemplo de levantarse y tomar un café) de horror y belleza. Representa la muerte del autor que, hasta donde sabemos (aunque cada vez parece más claro que Hrabal se suicidó), cayó accidentalmente por la ventana mientras daba de comer a los pájaros.
2 comentarios:
gracias Carmen por tu blog, me gusta echarle un vistazo de vez en cuando, siempre encuentro algo interesante en la tarima
muchas gracias a ti :)
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