martes, 16 de septiembre de 2008

cuba! (casi final)



29-6-08, domingo

Amanecemos temprano. Ducha y desayuno. Después subimos a hacer nuestras maletas. Ordenamos como podemos todos los libros que hemos comprado (más de 20), los tambores, las maracas, las láminas y los grabados, el kilo de collares, la ropa sucia, las botellas de ron, las cajas de puros, el Che de cristal y madera de Cienfuegos, la ropa limpia... Nuestras maletas son ridículamente grandes para este viaje y las hemos estado maldiciendo todos los días, pero ahora agradecemos su desmesura. La operación nos lleva un buen rato. Después bajamos a dejarlas en recepción y salimos a despedirnos de La Habana. Un poco tristes a pesar de que tenemos ganas de marchar, de volver a casa, de veros a todos y de hablar con vosotros. Callejeamos para ver las plazas de la Habana Vieja. La de la Catedral y la de San Francisco. Aquí nos paramos a echar una cervecita fría en la terraza del Café del Oriente. Así, en esta mañana grisácea de domingo, me da la sensación de que estamos en San Sebastián, no sé por qué (desde luego no por la temperatura), como cuando íbamos al Festival de Cine Fantástico y de Terror. Echo de menos El País con su suplemento. Y una tostada con mermelada de albaricoque. Hay espectáculo callejero de música y tíos disfrazados de colores y subidos en zancos. En la mesita de al lado, una niña celebra sus quince posando con un vestido azul celeste. Tomamos la calle Obispo. Hay un par de tiendas de artesanía y compramos a Hugo unas maracas de papel maché de muchos colores (hacen ruido, no se rompen son bonitas). Para nosotros compramos una matrícula azul celeste también de papel maché. para ponerla en el salón. Cambiamos monedas para el padre de Enrique. Nos faltan dos. Y nos falta un libro para José Luis. En la misma calle hay una librería y lo intentamos por última vez. Jugada perfecta: tienen el libro que hemos estado buscando como locos y nos dan monedas de uno y cinco pesos cubanos no convertibles. Más contentos que ni sé nos vamos a la Plaza Vieja. Enfrente de la cervecería a la que hemos ido varios días, hay una cafetería con muy buena pinta. Nos sentamos en la terraza y pedimos un par de jugos de mango naturales que están acojonantemente buenos. Hace un bochorno terrible, pero estamos a gusto a la sombra, hablando de la obra que tenemos al lado (van a hacer un planetario). Nos acabamos los zumos y echamos a andar un poco sin rumbo, cotilleando el ambiente dominguero cubano. Hacemos tiempo para ver la final de la Eurocopa. Llegamos hasta la esquina del Hotel Ambos Mundos (por supuesto, Hemingway estuvo allí, como en casi todos los sitios). Nos fijamos en la terraza que hay en la azotea. Me dan ganas de subir. Convenzo a Enrique, que está un poco reticente porque el primer día entramos allí a llamar por teléfono y nos clavaron. Entramos y, cuando vamos a subir en el ascensor, nos encontramos con el gallego que teníamos anoche cenando detrás nuestro en el Hurón Azul. Nos saludamos y hablamos un poquillo. Subimos juntos a la azotea. Vemos casi todos los tejados de la Habana Vieja, los solares, los aparcamientos, el malecón, los patios y, por supuesto el mar. Enrique y él se piden un mojito y yo una cerveza. Es majo, profesor de la Universidad en Vigo y lleva aquí una temporada dando clases en una escuela de cine muy importante que queda a unos 30 kilómetros de La Habana (la Escuela Internacional de Cine de La Habana). Anoche García Márquez fue a visitarles porque es el presidente de la Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano. Flipamos con cosas que nos cuenta de la escuela y de su curro. La escuela está en una finca en medio del campo que está llena de mosquitos monstruosos. Nuestro compañero el Fandi tiene una oreja hinchada de una picadura tremenda y está tomando medicamentos para curarse, con lo que su mojito se lo tiene que acabar Enrique. Estamos allí un rato antes de ir a buscar un sitio para comer. Dudamos entre quedarnos allí, que tienen una tele pequeñica, o irnos. Nos vamos. Andamos con todo el sol buscando un restaurante para comer y ver el partido a la vez. Muchos cubanos nos paran y nos desean suerte: Cuba entera está con España, hermanos. En realidad ya tenemos uno localizado, (Enrique y yo hicimos ayer labor de zapa), pero por el camino vamos mirando si alguno nos gusta más. Acabamos en el que ya teníamos fichado. En un salón fresquito y sombreado que se llama Salón Bilbao y que está decorado con todo bufandas y banderas de equipos españoles (la más grande es la del Real Madrid, así que echo una foto con el móvil y se la mando a mi hermano Pedro, que a esas horas estaba ya ciego como una puerta). Tiene dos pegas: una leve (no hay españoles con los que alegrarse en grupo) y una grave (no se puede fumar). Pedimos para compartir los tres y la comida no está muy allá. Pero casi que es lo de menos. Yo estoy nerviosa, y cada poco tengo que salir a fumar al patio. Afuera hay una mesa enorme de argentinos que me dan conversación cada vez que salgo a echarme un piti. Sólo vemos la primera parte allí y yo me pierdo la mitad fumateando. Volvemos a la azotea en la que habíamos estado antes de comer. Hay como 20 españoles que no se conocían de nada comiendo juntos mientras ven el fútbol. También hay alemanes. Nos sentamos y pedimos cervezas. El partido mola realmente. Me pongo un poco ciega. Ganamos y se acaba ahí la cosa. Hablo con Pedro y me cuenta el ambiente que hay en Logroño. Me gustaría estar allí. Cuando salimos del hotel los tres, vemos al señor de la portada de la guía de Lonely Planet de Cuba que me regalaron José Luis y Patricia por mi cumple. Me quiero hacer una foto con él (sólo él y Arguiñano han suscitado en mí esa necesidad imperante en toda mi vida). Me siento a su lado y un señor que pasa por ahí se pone con nosotros. Le damos un peso al señor de la portada, al que no le damos más de tres días de vida, y el hombre que se nos ha acoplado en la foto pone cara de tristón y nos dice que le demos algo a él también, que es su representante. Nos acercamos hasta la embajada de España (el edificio más iluminado de noche de prácticamente toda la ciudad) por si hay algún español borracho e idiota como nosotros mismos (Xaime perdona, esto lo digo sobre todo por Enrique y por mí) festejando la victoria. No hay nadie. Andamos sin rumbo otra vez como aquel domingo berlinés con Isa y Domingo. El cielo está casi negro, con unos nubarrones densos y pesados. Vamos hablando y estamos a gusto. Fandi nos hace una foto delante del Museo de la Revolución con la tormenta casi encima de nuestras cabezas. Con el bochorno y el pedal me nace un dolor de cabeza, el primero de todo el viaje. Aquí, al sudar tantísimo, el alcohol no se metaboliza del todo, supongo. Algo raro sucede en este sitio en el que puedes ingerir litros de cerveza, de mojito o de ron collins sin tener ni siquiera asomo de resaca ni del clavo en la sien típico de los domingos logroñeses. Por supuesto, apenas se mea. Por la mañana sí (y poco) pero por la tarde basta con sudar. Callejeamos y un perro nos ladra. Fandi y yo nos asustamos un poco y Enrique se ríe de nosotros. A las 19:00 viene un taxi a recogernos al hotel. Son más de las 17:00, así que vamos para allí a echar la última. Nos sentamos en el patio. Por supuesto hay música. Esta vez no nos molesta porque pensamos que es la última. Nos despedimos, recogemos nuestras maletas, le damos un bote de súper repelente de mosquitos a Fandi y nos vamos en taxi al aeropuerto. Vamos hacia el interior, viendo las calles por las que entramos. La Habana, incluso con todo medio destrozado o precisamente por eso, no sé, es una ciudad maravillosa. En que salimos de la parte que bordea el mar, empezamos a ver unos charcos tremendos. El taxista nos cuenta que casi todos los días llueve a 5 kilómetros del centro y que a primera hora de la tarde ha caído tremenda tormenta. Llegamos al aeropuerto y vamos a las oficinas de Iberia a que nos validen el billete como nos pidió el responsable de Angalia. Nos mandan a la mierda. Es la primera vez en quince días que vemos a cubanos perdiendo los nervios. Nos dicen que no hay asiento para nadie que tuviera que volar con el avión de Cubana estropeado. Le extiendo los papeles en los que aparecen nuestros nombres y nuestros números de asiento nuevos y ni los miran. Que nos vayamos. Ya. Flipamos. Bajamos al mostrador de Cubana. Hay mucha gente sin billete protestando e intentando que los recoloquen. Con la tormenta se ha estropeado el sistema informático del aeropuerto. Una de las chicas de información se está limando las uñas como en las pelis. Flipamos otra vez. Llamo al señor de Angalia. Nos dice que viene a rescatarnos. Enrique se pone en la cola para facturar. Me empieza a doler muchísimo la cabeza. Logro llegar al mostrador. Les enseño a las chicas mis billetes nuevos después de una hora esperando. Me dicen que vaya a facturar a Iberia, que sí que tenemos billetes. Vamos a Iberia. El mismo señor que nos mandó a la mierda antes me pide disculpas y me dice que me ponga a la cola para facturar, que salvo que haya un overbooking de esos podremos irnos esta noche. Nos ponemos en la cola pero no respiramos tranquilos. Dejo a Enrique solo con las maletas envueltas en plástico y me subo a tomarme un espidifén a la cafetería, el primero del viaje también. No me lo puedo creer pero es cierto: hay un grupo tocando la conga en el bar. Los quiero matar. Se me pasa. Vuelvo a la cola. Menos mal que se puede fumar en el aeropuerto, porque en esa hora y media de espera me fumo hasta las uñas. Llega el de Angalia. Está con nosotros y con otras dos parejas que viajan con ellos. Cuando por fin parece que nos toca, nos cuela delante a dos hermanos de Santander que no tenían asiento asignado y que no hacen más que repetirnos que Varadero es una mierda. Pasan. Nos toca a nosotros y una maleta se nos pasa de peso nueve kilos. Le quitamos el plástico y vamos sacando bolsas de ropa sucia, libros y demás. Reorganizamos todo como podemos en diez minutos. La gente que está detrás nuestro nos mira mal. El del mostrador nos dice que paremos de sacar cosas, que paguemos. Pagamos, sí, pero a él. Nos da nuestros billetes. Entramos. Respiramos, ahora sí. Vamos a pillar algo de comer con mogollón de bolsas de ropa sucia de equipaje de mano. Tenemos que cambiar algunos pesos pero no hay nadie en la ventanilla de cambio. Nos cabreamos porque no aparece ni perri en media hora y nos tenemos que montar en el avión. Nos fundimos los pesos en unas obras completas del Che. Llegamos por los pelos al avión. Nos sentamos. Intentamos descansar pero hay bronca antes de despegar porque uno se ha colado y no se quiere bajar. Se me ha pasado el dolor de cabeza pero estoy a punto de que me ataque otro. La azafata se enzarza con el pasajero. La escena es brutal. A la chica que llevo a mi izquierda le da pánico volar. Su novio le dice que se tome no sé qué tranquilizante y ella parece estar bastante pasada de vueltas. Se la toma y se tranquiliza. Por fin podemos despegar, con más de una hora de retraso. Enrique se duerme enseguida. Yo de primeras no, pero cuando nos dan de cenar caigo como un cesto. Nos despertamos justo una hora antes de llegar, cuando nos dan el desayuno.




30-6-08, lunes

El aterrizaje es bastante desagradable (botes, tumbos, estómago del revés...) y a la chica de mi derecha a punto está de darle un síncope. Bajamos, andamos por esa ratonera de colorines que es la T4, recogemos las maletas, pillamos un hotel, un taxi... La idea era volver a Logroño de seguido, pero como nos han desmontado las maletas enteras, pensamos que es mejor quedarnos y tratar de organizar todo un poco. Es buena idea. Vemos a Lucas y a Ana, comemos jamón, salmorejo, ensaladas, mucho pan de verdad, tortilla de patata... Vamos a Plaza Colón a ver cómo se celebra el tema este de la Eurocopa con Manolo Escobar, aviones de las fuerzas aéreas que echan humo de colores, neonazis, falangistas, mascachapas, vicentines, guiris, antidisturbios a manta y todo el copetín. Sé que Lucas y Enrique, que llevaba su camiseta de Los Suaves, me hubieran apaleado bien a gusto, pero insisto en que fue buena idea: cualquier acontecimiento medianamente histórico, aunque sea estúpido, hay que vivirlo si se tiene la oportunidad. Volvemos al hotel y pasamos nuestra primera noche de jet lag, viendo la teletienda a las cuatro de la mañana cogiditos de la mano y con los ojos como platos. Ya casi estamos en casa y a este relato larguísimo sólo le falta la coda, la posdata o qué se yo, algo así, unas reflexiones finales, flecos sueltos en los que me ha traicionado la memoria y cosillas que se me han ido ocurriendo mientras escribía todo esto. En breve estará. Gracias a los que habéis aguantado la parrafada... ¡a algunos hasta os ha gustado!. Estáis locos...




5 comentarios:

Ediciones del 4 de Agosto dijo...

¿Cómo no nos va a gustar? Yo ya casi no me acuerdo de la mitad!!!!!

Anónimo dijo...

No, no, que no se acabe...
No sabes cómo me has alegrado mis mañanas agobiantes de trabajo.

Sonia San Román dijo...

Qué pena que se acabe!!!
Ha sido (aún lo está siendo)precioso.

Nerea Ferrez dijo...

hola carmen!!!
tenemos que poner un día de éstos fecha para la cena que tenemos pendiente, ésa en la que íbamos a estar por fin todos
lo digo para que no me coincida con la de los "desarrapados" de la radio (todo con cariño) ya que también quiero ir con mis bohemios degenerados favoritos
en fin, bueno, que ya me contarás
cuídate y sal que te lo emreces
nos veremos algún día en san mateo
un beso
nerea

Anónimo dijo...

Hola Carmen.

He pensado, pues a veces pienso y todo, que podrías escribir a partir de tus textos un poemario, una especie de “Diario de unos poetas recién casados”. Seguro que sería un poemario precioso, lleno de contrastes.

Nada, un abrazo, Óscar.