sábado, 19 de julio de 2008

cuba!





18-6-08, miércoles

Madrugamos. Queremos pasear más por el centro y ver el Museo Emilio Bacardí. Acostumbrados a los museos europeos, el Bacardí nos deja un nudo en el estómago. En realidad, todo nos deja un nudo en el estómago. La colección de pintura es pequeñita pero nos gusta mucho. Entramos a una librería que nos recomendó Hebert. Tiene libros dedicados de mucha gente así que le regalo y le firmo un Pecado original. Enrique empieza su festival compra libros (se pagan en moneda nacional así que, al cambio, nos llevamos cinco libros por menos de dos euros). Seguimos andando y un par de chicos nos enganchan y nos llevan al puerto. Es imposible huir, así que nos dejamos guiar. Les damos sus cucs de rigor y nos vamos al hotel a recoger las maletas y el coche. Posando en la puerta, una niña vestida de rosa celebra sus quince. Recogemos el coche con un par de horas de retraso. Ha habido un error en la reserva y lo tendremos un día menos. Cambiamos de ruta en ese rato. No podremos ir a Baracoa. Verificamos que todo está bien, compramos agua y porquerías varias y enfilamos a Camagüey. Nos perdemos varias veces antes de salir de Santiago. La gente nos ayuda a encontrar el camino. Atravesamos parte de Sierra Maestra. Es una maravilla: palmerales espectaculares, riachuelos, plantaciones de tabaco... todo de un verde que no parece de verdad. Empezamos a recoger gente. Las vías del tren son muy peligrosas porque están cubiertas de vegetación y no hay nada parecido a una barrera que las señale. Al salir de un pueblo que no recuerdo como se llama casi nos pilla una locomotora. No hay señales, no hay líneas en la carretera, no hay arcén... Es una locura. Vamos recogiendo gente y por eso no nos perdemos ni acabamos clavados en ningún bache ("¿ves esa palmera? pues ahí cámbiate de carril que hay un agujero muy grande"). Al lado de la cárcel de la provincia de Holguín cogemos a una chica. Se duerme, se come nuestros ganchitos haciendo mucho ruido, se bebe nuestra "tu kola", nos pide dinero, nos miente (nos dice que los autoestopistas que ofrecen billetes lo hacen para venderlos y nosotros le creemos), ronca y cuando por fin despierta no hace más que contarnos historias sórdidas. Es el único pasajero extraño que llevamos en todo el viaje. A las dos horas se presenta. Yanijari o algo así. Cuando Enrique le dice que me llamo Carmen dice que qué nombre tan bonito. Enrique le explica que es muy típico en España y otras cosas más. Ella le corta y dice que no, que el mío no, que el bonito es el suyo: Yanijari. No damos crédito. Empieza a anochecer y se nubla. Me pongo un poco nerviosa. Acelero un poco. Llegamos a destino: seis horas largas de viaje sin parar ni una sola vez para hacer 325 kilómetros. Yanijari sigue hasta La Habana pero no se quiere bajar del coche. Le damos dinero y se pira. Un negro con bici nos dice que le sigamos. Nos lleva al centro. Nos lleva a un solar para que guardemos el coche. Llega el dueño del solar. Situación: dos negros enormes, un solar a oscuras, Enrique y yo, el coche, nuestras maletas... Dejamos ahí el coche. Encontramos alojamiento de milagro en un hotel que nos parece lo peor del mundo. Me tiemblan las piernas. Recogemos el coche. Pagamos. Vamos al hotel, nos cambiamos y salimos a pasear. Cuando llevamos ni sé cuántos mojitos en un bar en la calle de la Soledad empieza a llover a tope. Tormenta tropical auténtica. Enrique se está durmiendo, así que cogemos un bicitaxi. El bicitaxista va borracho como una cuba. Nos pasa por debajo de todos los chorros y se mete en todos los charcos gritando "somos locos, somos locos!". Lo somos un poco ese rato, sí. Cuando llegamos al hotel, empapados y medio ciegos, nos estamos meando de la risa








1 comentario:

Sonia San Román dijo...

Madre mía, qué aventura!!
Y, bueno, lo de la Yanijari o como se llamara es genial.
(No pares, sigue, sigue...)
Beso!!