
martes, 29 de julio de 2008
este jueves comienza el 4º agosto clandestino

lunes, 28 de julio de 2008
cuba!
Vamos a la playa. El día amanece brumoso. Desayunamos y vamos a recoger el coche. Fernando nos ofrece puros, unos Cohibas siglo V, muy muy baratos. Los compramos. Playa Ancón está a diez kilómetros y llegamos por una carreterilla que bordea la costa. Recogemos al animador del hotel al que vamos y a una parejita que se achucha. Vamos a un todo incluido. Llegamos a eso de las 11 y no tenemos habitación hasta las 14, pero nos guardan las maletas, alquilamos unas toallas y nos dedicamos a pedir cerveza y mojitos con la sensación de que son gratis. Bebemos, bebemos, bebemos y no nos emborrachamos ni un poco. Yo le digo a Enrique que nos dan agüita de colores. Estoy en la piscina casi las tres horas que dura la espera. Soy feliz chapoteando en el agua templada: saco los pies por el bordillo, pego el culo a la pared y me quedo así, quietecita y flotando. Enrique en seguida se sale a leer. Yo, después del calor que hemos pasado, no quiero volver a salir nunca del agua. Hacemos tiempo para que nos den la habitación y para ver el España-Italia que empieza a las 14:45 hora cubana. El partido es peor que malo. Es horrible. Bebemos mojitos sin parar y los comentaristas mejicanos nos ponen la cabeza como un piano. Viendo el partido estamos nosotros, cuatro empleados del hotel que no participan en la porra, uno que se ha jugado su pasta a que gana Italia y que no está para bromas cuando pierde, dos ingleses y un canadiense. Veo un mosquito que mide más de centímetro y medio. Me pica en el brazo dos veces. Sin rascarme ni una vez me sale una urticaria de cuatro centímetros de diámetro. Sudo mojito y cuando me quito el vestido por la noche huele a hierbabuena. España gana y nos bajamos a la playa. Aguantamos muy poco. El agua está calentísima y no hay nada parecido a una ola. La arena muy blanca. Nosotros, a fuerza de beber sin pagar las copas, un poco aturdidos. Volvemos al hotel (medio minuto andando). Enrique se mete al jacuzzi y yo a la piscina. Se sale y yo me quedo. Me encantan las piscinas. El resto de huéspedes son fundamentalmente cubanos. El hotel es una especie de reproducción de la ciudad de Trinidad, hay una torre a la que se puede subir y llega justo hasta donde empieza la playa. Cuando después de ducharnos salimos a cenar me doy un susto de muerte con unos cangrejos que están en la puerta de nuestra habitación. Le pido a Enrique que me lleve a borriquito. Se ríe de mí. Hablo con Pedro por teléfono y jugamos al ping-pong. La comida del hotel es con diferencia la peor de todo el viaje. Como unas hamburguesas por comer algo. Al salir, hay mercadillo en la puerta del restaurante. Compramos unas láminas preciosas. Tristes como el pintor que nos las firma. Azules y moradas. Después hay cutre animación nocturna. Los animadores necesitan parejas voluntarias para putearlas. Yo saldría (no me conoce nadie y el aturdimiento me dura), pero Enrique no quiere. El premio son dos bonos de masajes y un par de botellas de vino. Hubiéramos ganado: cantar con la boca llena y bailar ridículamente son cosas que se nos dan bien.
Hoy vamos a Cienfuegos. Está a unos 90 kilómetros de Playa Ancón y gran parte de la carretera va bordeando el mar; playas y más playas blancas y azules. Recogemos a tres pasajeros. Son muy divertidos. Dos de ellos están todo el viaje discutiendo (de buenas) de política; uno es muy crítico con el régimen; el otro defiende muchas cosas; el tercero es un medias tintas. Se nos pasa el viaje volando: viendo el mar, escuchando a los tertulianos y esquivando cangrejos gigantes. Pero gigantes de verdad. Por las noches en época de celo la escena debe de ser un espectáculo. Lo es incluso ahora. El medias tintas y el crítico se bajan antes de entrar a la ciudad. El otro nos lleva hasta la puerta del hotel. Defiende su tesis para doctorarse en Ciencias Naturales esa misma semana. Nos hace un tour turístico de camino. Le deseamos suerte y le damos caramelos para sus niños y bolígrafos. El hotel es precioso, el más bonito de todo el viaje. Un palacio verde agua, con una piscina pequeñita en el interior. Nuestra habitación nos encanta. La decoración es austera pero el espacio es un lujo. En seguida echamos a andar. Nos sorprendemos. La ciudad, "la perla del sur", es totalmente distinta a las ciudades que hemos visitado hasta ahora. Luego nos recordará a La Habana, pero Cienfuegos está muchísimo más cuidada y más limpia. Las aceras son amplias y hay varias calles peatonales. El centro histórico de Cienfuegos es Patrimonio de la Humanidad igual que los de Trinidad y La Habana. El Parque Martí queda justo detrás del hotel. Es verdaderamente bonito, igual que el Paseo del Prado y que las casas del principio del Malecón. Lo atravesamos a las dos del mediodía. Se tarda una media hora pero nos tomamos un par de cervezas mientras andamos para no morir. Hace un calor de mil demonios. Comemos arroz y pescado en un restaurante junto al mar. Hay un tramo de playa justo enfrente que tiene una mansión en ruinas al final. Me recuerda al Palazzo Donn'Anna de Nápoles y me da un escalofrío (el amor también es ver al amado en todos los sitios). Cogemos un bicitaxi y vemos el Palacio del Valle (un dislate delirante de estilo morisco que contruyó un asturiano) y varias calles paralelas al Paseo del Prado. Vamos a una librería. Yo paso a un badulaque que hay al lado a por agua y me intentan comprar (por tercera vez en lo que va de viaje) mi falda de rayas. Volvemos al hotel y bajamos un rato a la piscina. Me tiro dos horas en remojo. Salimos a pasear, a ver la estatua de Benny Moré (el bárbaro del ritmo nació allí), a un par de librerías que había visto Enrique por la mañana y a echar unas cervezas en la Casa de la Música. Justo al lado, una planta brota de una pared. Empieza a tronar y en medio minuto se hace de noche. Volvemos a cenar al restaurante del hotel, que se supone que es el mejor de toda la ciudad. La verdad es que la comida está muy rica. Cuando estamos a punto de retirarnos a dormir (al día siguiente salímos hacia La Habana), la cosa se nos lía. Empezamos a escuchar música cubana a tope. Nos asomamos a la puerta y enfrente vemos un bar enano que se llama Don José. Cruzamos la calle y entramos. Nos ponen unos mojitos cojonudos, en vaso largo y con mucho hielo. Estamos en esas cuando al bar entra un tío con un palillo en la boca y con ese tono rojo insano del chiquitero del norte. Es un guipuzcoano que está casado con una cienfueguera. El segundo día que fue al bar llegó con un ventilador en la mano y se lo regaló al dueño, así que, aunque es un desagradable, es el rey del garito. Se está muy a gusto y todo el mundo que cabe en el bar (4 personas aparte de nosotros y del camarero) nos da conversación, así que nos ponemos de mojitos finos. Por fin nos pillamos un ciego en Cuba. Un boxeador amateur que está haciendo guardia obrera en la tienda de souvenirs de al lado me regala una figurilla del Ché de madera y espejo. Es casi lo más feo que he visto en mi vida, pero invitamos al boxeador a varias copas. Por fin subimos a dormir. Al poco rato de meterme en la cama me levanto a vomitar. En ese trance paso casi toda la noche.
martes, 22 de julio de 2008
cuba!
lunes, 21 de julio de 2008
cuba!
La habitación huele mal, como a ácido, y no podemos ventilarla. Hay mogollón de hormigas trepando por las paredes y un frigorífico enorme en medio. Los dos tenemos los móviles descargados (no los podremos cargar en cuatro días). Desayunamos tortilla de queso, pan, mantequilla y café. Se acabaron los bizcochuelos. El azucarero también está lleno de hormigas. Pero estamos a gusto. Salimos a la calle tranquilos, no hay prisa, con una sensación parecida a la de pasar el verano en el pueblo, ser pequeño y tener todo el tiempo del mundo por delante. De hecho, parece que aquí el tiempo cunde más. Entramos a las dos librerías de la avenida principal. Vemos al bicitaxista borracho de la noche anterior. No se acuerda de nosotros pero cuando le decimos "¡somos locos!" se ilumina y nos vacila un poco. Buscamos la casa de Nicolás Guillén. No hay casi nada del poeta (todo está en La Habana) y ahora acoge varias clases de la Facultad de Bellas Artes de la provincia. La gente es muy amable. Paseamos mucho. La ciudad nos gusta. Se supone que es el casco histórico más grande y mejor conservado del país y el que tiene un trazado hispanoárabe mas evidente. Tiene 300.000 habitantes pero nadie diría que tiene más de 5.000. Cogemos otro bicitaxi y nos lleva a ver la Plaza de la Revolución, los dos únicos rascacielos de la ciudad (el 24 y el 36), el zoológico, el agropecuario que está al lado del río, el Palacio de los Matrimonios... Nos gusta Camagüey. Nos deja y vamos al bar El Cambio. Está genial. Allí echamos unas cervezas. Inivtamos a un chaval que se acerca a hablar con nosotros. Un negrazo enorme y cuadradísimo que nos cuenta que Laura Pausini es la niña de sus ojos. Comemos en el paladar El Califa. Hay mil moscas pero la comida está buena. Y el café. Vamos al Museo Casa Natal de Ignacio Agramonte que tiene unos frescos preciosos. El calor es terrible así que vamos a siestear un poco. Nos levantamos, paseamos, encontramos plazas nuevas de muchos colorines y volvemos a El Cambio. Estamos charlando con un señor mayor que se llama Miguel y que nos dice que "ustedes son jóvenes y europeos y se creen que lo saben todo" (no se imagina ese hombre qué sensación tan distinta tenemos nosotros en realidad) cuando los cubanos que hay en el bar se levantan de repente y empiezan a cerrar puertas y ventanas. A lo lejos se ve un nubarrón a ras de suelo. No entendemos nada (¿vendrán los zombis detrás del nubarrón?). Nos explican que están fumigando toda la ciudad para evitar epidemias de dengue. Enrique y yo aquí estamos medio asobinados todo el día. Nos imaginamos en la calle sin movernos mientras pasa la fumigadora y luego saliendo de la nube calvos y con la ropa desintegrada. Miguel nos recomienda un restaurante, El Colonial. Vamos. Picadillo habanero, ropavieja a la camagüeyana, pan con mantequilla, moros y cristianos, ensalada y cuatro cervezas por 16 cucs (unos 12 euros). Todo riquísimo. Paseamos tranquilos un rato. Vamos a la Casa de la Trova. Empiezan a tocar tres señores mayores y yo no me echo a llorar de milagro. Joder con el país de la alegría. Salimos. En una plaza una charanga está ensayando y preparando el San Juan Camagüeyano. Debe de ser una fiesta brutal. Miramos un rato el jaleo que se prepara y cogemos un bicitaxi para ir al hotel. Gozamos mucho en Camagüey.
Nos levantamos, repetimos desayuno y salimos a comprar agua y algún comistrajo para el camino. Salimos hacia Trinidad. Todo el rato llevamos el coche lleno de gente. Dos circunstancias se repiten en muchos de nuestros pasajeros: tienen familiares en las Canarias y su queja fundamental es no poder salir del país y ver mundo. Varios nos hacen una afirmación curiosa: "sabemos que España es más bonita que Estados Unidos". Nos preguntan por la temperatura que suele hacer aquí y alucinan cuando les explicamos que en invierno bajamos de cero y en verano pasamos muchas veces de 35. "¡Qué de ropa tenéis que tener!". Pues sí. Demasiada. Adentrándonos ya en la Sierra de Escambray y en el Valle de los Ingenios, llevamos a un padre y a una abuela con un bebé muy pequeñito que no se despierta a pesar de los súper baches del camino. Cuando llegamos a su pueblo la abuela nos regala un mango enorme y madurito. Cogemos a otros tres pasajeros. Uno es un chaval que nos llevará hasta la misma puerta de la casa en la que nos hospedamos. Los otros dos son dos señores mayores muy educados. Justo cuando se van a bajar nos preguntan que qué pensamos de los Testigos de Jehová. Les decimos que nada en especial. Nos dicen que ellos lo son. Al poco, tras una loma, aparece el mar. Llegamos a destino, paramos lo necesario, y echamos a andar. Hace un calor horrible. Buscamos la Plaza Mayor. Nos medio perdemos. Una señora nos echa una maldición por no darle dinero. Medio deshidratados entramos a un restaurante. Comemos, bebemos y agradecemos las dos horar de rigor que pasa entre que te atienden, te sacan la comida y te cobran. Andamos. Por el centro sólo se puede andar. No hay coches ni bicitaxis. Curioseamos por las ventanas de las casas coloniales: techos altísimos de madera, la tele puesta, una mecedora, gatos en casa y perros en la calle, ventiladores, pocos muebles, suelos antiguos de barro... Todo está en calma y el aire arde. Trinidad da un poco de sueño. Volvemos a casa con Fernando y Mayabe. Vamos a dejarle el coche a un tal "Blanquito" para que nos lo cuide estos dos días. Dejamos a Mayabe ropa para que nos la lave. Encargamos la cena del día siguiente: yuca y pescado. Dormimos un poco. Al atardecer salimos otra vez. Damos bolis a una chica que nos dice que es profesora, se corre la voz y al minuto vienen todos los profesores de Trinidad a pedirnos bolígrafos. Le damos también a un chico que nos dice que da clases de matemáticas y él nos echa un par de fotos. La ciudad es verdaderamente bonita. Cenamos en un restaurante y nos atienden fatal, pero hay un músico muy bueno. Vamos a la escalinata de la Casa de la Música. Hay espectáculo todas las noches. Fiestón. Cubanos y yumas "mezclados"; los primeros, con sus latas de cerveza en las escaleras; los segundos, con sus mini vasos de mojito en las mesas. A mí me gusta la música pero Enrique se agobia un poco porque todo le parece mentira. Nos vamos muy prontito a dormir.
sábado, 19 de julio de 2008
cuba!
jueves, 17 de julio de 2008
cuba!
17-6-08, martes
Por estar de viaje de novios tenemos derecho a que nos suban un día el desayuno a la habitación en Santiago. Elegimos este. A las nueve en punto nos llega. Comemos fruta, huevos, pan, mantequilla, mermelada, zumos, café... Descubro los bizcochuelos (un tipo de mango específico de la región de Santiago). Se comen con cucharilla y son alucinantemente sabrosos. Nos regalan una excursión en taxi. El taxista se llama Erik Nápoles. Vamos al Morro, al cementerio, al santuario de la Caridad del Cobre, que es la patrona de Cuba, a la Plaza de la Revolución y al cuartel Moncada. El paisaje es bestial. En todos los sitios nos intentan vender puros y ron. Santiago es como un pueblo muy grande y de muchos colorines. Erik es simpático y un poco distante. Nos lleva a comprar una tarjeta de memoria para la cámara de fotos. En la tienda Foto Service compramos una de 512 megas usada a la mitad de precio que una de 128 nueva. Nos deja en la plaza de la catedral. Por lo menos diez personas vienen a hablarnos en menos de cinco minutos. Todos quieren vendernos algo, pedirnos algo o que vayamos a su paladar a comer langosta. No a todo. Todos nos desean un buen día a pesar del no. Nosotros queremos localizar un teléfono para quedar con Hebert. Aparece Yuri. Se ofrece a acompañarnos al teléfono. Nos cae bien. Trabaja en el hotel y nos vio llegar anoche. Se queda con nosotros todo el día. Vamos a beber mojitos a un bar nuevo (nos cuenta que allí van las parejas infieles porque aún no lo conoce casi nadie). Bebemos varios. Una chica nos quiere sacar dinero. Lo consigue conmigo. Enrique me desaprueba. Yuri me entiende (es el primer día y voy medio ciega; ya espabilaré). Ella sale a la calle a sacar dinero a otros “yumas”. Una pareja de canadienses jóvenes se pone muy nerviosa con su insistencia. Vemos que en Cuba no está bien visto perder los nervios. Los mojitos están buenísimos. Los músicos lo hacen muy bien. Resulta que Yuri y Enrique nacieron el mismo día. Vamos a comer a un paladar: pollo, camarones y langosta, aunque no es legal. Todo muy rico. Sobre todo el pollo. Echamos la tarde paseando Santiago. Verde, azul, amarillo…, nos encantan los colores. Yuri, como me ve beber como ellos y se teme lo peor, dice que lo más bonito es que tu novia se ponga borracha y poder llevarla en brazos a casa. Yuri ni se imagina el aguante que tengo. Vamos al barrio francés. La arquitectura es una maravilla. Los desconchados, los apuntalamientos, las ruinas, no lo son tanto, pero la realidad es que tienen menos peso cuando miras. Conocemos a Guillermito. Es “loco al rock” y como Yuri sabe que a Enrique le mola, nos lleva a su casa. Es vecino de Yuri en el “Tivolí” y debe de ser el tío más raro del barrio porque en Cuba los roqueros son una rareza. Vive en una casa colonial de techos altísimos con su abuela, una prima, su marido y una niña pequeña. Es huérfano y dice que si no fuera por su abuela ya se habría largado de Cuba. La abuela es lo más. Nos tuesta y nos prepara café en el momento. A mí me dan un gatito pequeño para que lo guarde y Enrique y Guillermito se ponen a hablar de lo suyo. Yo no entiendo nada pero entre el gatito, la abuela y el olor a café estoy muy a gusto. Yuri entra y sale de la casa. Va a recoger a su niño al colegio. Lo deja. Él, Guillermito, Enrique y yo nos vamos a dar un último paseo y a ver el mirador del “Tivolí”. Anochece de golpe (allí pasa eso; tienes el sol encima de la cabeza y de repente desaparece) y Yuri se pone un poco nervioso y nos dice que nos vayamos ya. Entendemos que es posible que el sitio en el que estamos no sea muy seguro. Nos vamos. Nos despedimos. Enviaremos un móvil a Yuri y el Christ Illusion de Slayer a Guillermito. Nos montamos en un taxi rojo de los años 50. Cenamos pizza. Quedamos con Hebert. Subimos al bar del piso veinte del hotel. La ciudad son cuatro luces. Nos vamos a dormir. En todo el viaje no tendremos la suerte de volver a encontrar gente como ellos tres.
lunes, 7 de julio de 2008
el retorno
volvemos con ganas de estar por aquí otra vez
con ganas de ver a nuestra familia (y en familia puedo incluir a los amigos)
y yo, además, con unas ganas locas de escribir
tantas que cuando me enfrento a la página en blanco
no sé ni por dónde empezar
pienso que puede estar bien hacerlo por los descubrimientos de los últimos días
por la naturalidad con la que toca asumir la paradoja
de que todo es más complejo de lo que parece y, a la vez, enormemente simple
el primero de todos estos descubrimientos, muy consciente y muy intenso,
es el placer del retorno
de volver cuando sabes que te esperan
que te añoran
que aguardan tus palabras, tu tacto y tus risas
reconocer tu posición y tu importancia
en un mundo más amplio del que el día a día,
el acontecer ordinario,
permite ver
ser consciente de hasta qué punto
(uno, todos, cada uno en el suyo)
somos necesarios en el engranaje
y, a la vez, el alivio, el descanso,
de comprender también que cuando uno no está
todo sigue funcionando
extraer, en definitiva,
de esa antilogía que es saberse necesario y contingente a un tiempo
que posiblemente el sentido de la existencia de uno
sea algo tan simple como mejorar, completar un poco si acaso
la vida de las personas a las que se quiere
y eso, tan sencillo, tan bello,
a mí me basta