Desnudo sentado Como lectura de un libro que revela quiénes somos, te miro en ese cuadro antes de que tú lo veas y me mires: la exigencia inexcusable de encontrarnos. Así de sencillo, así de laborioso.
Piso amueblado (alquiler) ESA cama no tuya donde hoy duermes bogando entre el esparto de los sueños de un color desvaído sin cisnes y sin árboles ni plácidas muchachas por los ámbitos de su redondez amarilla. Esa alcoba que nunca conoció el abrigo tibio de la comodidad, de sórdida papelería barata como un encantamiento contra la ruina y la miseria, bajo cuyo velamen yace el descolor que muerde o la humedad que caría, que nos recuerda las salas principales de ciertos prostíbulos pobres en los que se insinúa, bajo apariencias de deseo, la contención del orín, el envejecimiento de la alegría o el progresivo deterioro del sexo. La cocina, sin sol ni sal, con su olor monótono de patata y su ocre pastosidad de sémola removida o su espesura de desagüe por el que emerge desde la flora ácida de las cañerías el remotísimo aroma de las cloacas con su persistencia de intuiciones de roedor gris con carnosidades tumorosas. (Ay, ese olor, ese olor inolvidable en las noches de la tormenta...) O aquellos fragaderos de granito en su estupor de mineral aceitoso que nunca es aniquilado por el estropajo. Y la nevera, que conserva y enfría únicamente el alimento nutritivo de la tristeza desamparada, envuelta por un halo de una casi blancura conmovedora en su nostalgia de electrodoméstico envejecido, de electrodoméstico jubilado con su decoración de azulenca ternura, sus borlas de óxido, sus hongos amarillos en la senectud irreversible de los desconchones. Así esta lavadora, coja de tiempo, que no puede salvarnos del funeral de los días marchitos prendidos en la hendidura de los deshilachados de la ropa más sucia, lavandera sin ribera ni aceña para lavar la libertad, el olvido o la muerte, que mientras canta llora removiendo en su cauce o útero el ropaje inconcluso de recuerdos roídos que nunca aceptarán el detergente bíodegradable. Como nunca aceptaba el escándalo de la luminosidad, las historias del cielo, la vida, el comedor aquel cuyas cortinas violetas encanecían a la sombra de su tercipelo desposeído, desplomando su pesadez inhabitada sobre la múltiple soledad de los terrazos muertos en aquella balada de desolación que callada recorría amante los muebles mancos, desdentados, solemnes y sonoros, en los que la carcoma, llegada desde un funesto nido de compraventa y almoneda nocturna, fue el único comensal que se nutrió en el hosco festín de la decadencia. Y la ventana, viuda, ciega, introvertida donde nunca asomaron los árboles ni los pájaros, ni la felicidad. PERO no hablemos más. No describamos el precipicio del reino de la nieve en que cae nuestra alma, el áspid desengaño, la época del humo. Si siempre amé la extensión infinita de una patria más justa, ¿qué hago yo aquí viviendo por las estrías del despojo, en los herrajes del caballo miseria, sobre la edad adulta de la muerte y el moho? ¿Lo he merecido? Pues si todo fue extraño me consoló la espera de la palabra en la carne del cántico, y así nada pedí y ofrecí aquello que tuve: el verso fiel en cuya piel inmersa iba mi vida, por demás poca cosa. Aún así lo perdono. Y en tanto aurora el sueño hago memoria de este tiempo cano igual que cierto rey en el exilio despreciando a sus súbditos. Valencia 1985.
Las de este pueblo no podemos ser sino así Idéntica a la vecina cada mañana me entallo la armadura salgo a la calle me erijo vociferio voy dejando a toda prisa en los buzones el folleto explicativo de mi fuerza Alzo la casa a pulso amamanto a una impresora meto el dedo a presión en las rendijas doy golpes en la barra de los bares Las de este pueblo somos fuertes por ley Este no es un sitio de nenazas Hacer oficio de dulzura es un acto a todas luces reaccionario Sin embargo en ocasiones hemos visto mujeres hablar con cálida voz temblar al decir te adoro ir por la calle sin máscara de pestañas llorar sin acudir a los mortuorios