lunes, 10 de noviembre de 2008

condenados héroes

Sigo con atención la vida de los héroes modernos (independientemente de las consideraciones de cada cual, existe una definición de ese término y hay seres que encajan en ella) . Especialmente la de dos de ellos, amenazados de muerte. Una ya murió (Benazir Bhutto). Espero que el otro no corra la misma suerte.

Tengo varias alertas de noticas en el google; una sobre mi persona, otra sobre nuestra asociación y editorial y otra sobre Roberto Saviano. Le sigo la pista porque temo por su vida. Aunque en realidad no me toque, no me roce, siento que en otro contexto podría ser la mía.

No lo conozco ni lo conoceré. Jamás me dará fuego con una sonrisa mientras se frota las manos por el frío, ni me alcanzará unas pipas en la mesa en la que compartimos unas cervezas. Nunca. Ni me llamará por teléfono, sea para hablar durante una hora para contarme sus planes y aconsejarme que haga natación, sea para hacerlo durante apenas un minuto para quedar esa misma tarde. Ni tampoco se apoyará en mi hombro para sacarse una piedrecita del zapato o para no doblarse de la risa ante la ocurrencia de un tercero. Ni tendrá que perdonarme algún feo que le haga. Él dice que añora esas cotidianidades. Sólo tiene dos años más que yo. Tanta soledad como dinero y tantos problemas como éxito. Y como todos los dramas, el suyo va indisolublemente unido a su lugar de nacimiento.

El ser humano inquieto, el que siente que posee una misión con la que dar sentido a su vida y que vive (casi podríamos decir "sobrevive") sin cumplirla, anónimamente, regalaría sin dudar años de su existencia (por no decir su existencia entera) por sentirse un héroe, por realizar esa hazaña que entiende es su destino. Los héroes perseguidos pierden su vida trantando de llevarla de la manera más normal posible.

Me pregunto dónde se encuentra el término medio. Es más, me pregunto si existe para ese tipo de seres ese término o si la inquietud, se viva como se viva, es en sí misma una condena (me respondo en seguida que es así). Me pregunto qué sentido tiene pretender proyectarse más allá de la propia vida hasta jugársela. Me pregunto por qué si, al fin y el cabo, es lo único que tenemos, la única certeza. También me pregunto qué sentido tiene la vida de una persona que tiene algo que le quema por dentro y que no encuentra el modo de aliviarse. Sinceramente, no tengo ni puñetera idea de qué puede ser menos malo.

4 comentarios:

Sonia San Román dijo...

Ni yo tampoco, sinceramente.
¿Vamos el sábado a ver Gomorra y comentamos?

David Nashbar dijo...

Me parece que los sentidos, las valoraciones, al depender de la relación entre lo valorado y el que valora, no se mantienen estables como elementos objetivos. Habrá quien valore la intensidad, incluso por encima de la vida; y quien valore la vida, incluso por encima de la intensidad. Y quien a ratos se posicione en cualquiera de las anteriores opciones y después cambie de opinión. Y quien deje transcurrir las cosas en las medianías de los extremos.

Nerea Ferrez dijo...

carmen, te he mandado un mail, ¿la has recibido? es que no sé que me ha enviado de vuelta el ordenador de postmaster delivery notification...

Íñigo San Sebastián Barja dijo...

En este caso concreto, a primera vista parece que quiso dar un bombazo sin que "aparentemente" algo le quemase por dentro. Pero sería demasiado suicida y la/(mi) primera vista, demasiado simplista.

Por otra parte, siempre he tenido la sensación (otra vez poco fundada) de que, los héroes, si bien pudieran verse a sí mismos como héroes en algún momento, siempre lo hicieron de otra forma distina a la que realmente les llevó a ese pedestal. Casi siempre (en estos casos), estos lo son por sacrificio, no por el logro alcanzado. Qué sé yo, ellos sabrán mejor.