En aquellos momentos no pensé en ello, no era capaz de pensar ni había tiempo para semejante lujo, porque había que extraer los fragmentos de vidrio de los marcos de las ventanas; pero ahora, mientras escribo algunas imágenes que abruman mi recuerdo, juraría que entonces, justo cuando por primera vez era consciente de lo bella que era la construcción de Marindvor, la percepción de que me estaba despidiendo de mi casa me traspasó, y, literalmente, me dolió. Hasta entonces me había limitado a reconocer mi casa, pero en ese momento la veía. Hasta entonces vivía en ella, pero en ese momento la sentía y amaba, lo que significaba que me estaba despidiendo de ella, que empezaba a convertirse en un recuerdo porque el valor completo de cuanto encontramos lo obtenemos cuando se muda de este mundo al del recuerdo. ¿Por qué, Dios mío, vemos mejor en el recuerdo que en la realidad? ¿Por qué sentimos más claramente con el recuerdo que con los sentidos? ¿Por qué he visto mi propia casa y la he amado sólo cuando ha empezado a derruirse, cuando he sentido que empezaba a perderla?
*En marzo me invitaron desde la Universidad Popular de Logroño a participar en un ciclo de cine comentado (me lo pasé genial; deseando estoy de que me llamen otra vez). Mis primeras elecciones de entre las películas que me ofrecieron fueron El odio (un peliculón, aquí os enlazo la canción de Asian Dub Foundation para su banda sonora, que mola un montón) y Vals con Bashir, que también aprovecho para recomendaros. Como al final no tenían ninguna de las dos, elegí En tierra de nadie, de Danis Tanovic (que acaba de estrenar peli) que también tiene su aquel. Documentándome para el coloquio de después de la peli la cosa se me fue un poco de las manos (me encantó el otro día un grupo de facebook que se llamaba Obsesionarse aleatoriamente como fuente de conocimiento y/o follabilidad, pues yo igual). El caso es que en ese proceso de obsesión aleatoria llegué al libro de Dzevad Karahasan, que andaba por casa (lo pedí al Círculo de Lectores, una de esas veces, supongo porque no me acuerdo, en las que no había nada que me interesara de verdad). Y me gustó. No tanto, que también, la parte en la que describe cómo vivió el brutal asedio a su ciudad (a ella pertenece esta reflexión sobre realidad y recuerdo), sino la parte en la que se centra en la posible reponsabilidad de los artistas, de los escritores, en las guerras y, en definitiva, en los conflictos de las sociedades que habitan (un debate cuando menos interesante) y en el papel redimidor de la experiencia artística y del trabajo en el dolor de la comunidad, entendidos como garantes de la dignidad humana.
La fotografía que acompaña al texto es de Gervasio Sánchez. Es el claustro de la Bilioteca Nacional de Sarajevo, que fue parcialmente destruida en un bombardeo en agosto de 1992 (aquí podéis ver más fotografías suyas, entre ellas la del mismo claustro reconstruido). Él decía que imágenes como esas recordarán que quienes bombardearon la Biblioteca pretendieron acabar con la memoria de un pueblo (y casi lo consiguieron: más de 2.000.000 de libros ardieron, además de documentos y manuscritos con siglos de antigüedad). El edificio, que sigue en proceso de reconstrucción, se convirtió en un símbolo. En 1994, sobre sus ruinas, la Orquesta Filarmónica y el Coro de la Catedral de Sarajevo interpretaron el Réquiem de Mozart (y las imágenes son tremendas).
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